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Las clases inertes son terreno fértil para mi pluma.

No se me ocurre mejor incitador que la liberación de mi mente.
Cada minuto es valioso. Estoy por morirme, siempre estoy a punto de morirme.

La persecución es mi hábito. Siempre observada, vigilada, juzgada, perseguida. Mi mente una ardilla en peligro. Mi avidez una rata famélica. En mi frente una flecha roja. Antenas que buscan la afinidad en el hormiguero, y como no la encuentro me hago amiga de las termitas, de los pulgones que mis hermanxs ordeñan.

Cada centímetro de mi piel es sutrato de sutiles y burdas sensaciones. Mi pecho lignificado, aun con savia, se resiste a la observación. Mi cabeza, en cambio (siempre hervidero de palabras) se entrega juguetona y gentil a la mirada de mi atención.

Al final siempre se agotan los supuestos -algunos se derrumban a la primera tormenta.

Que ninguna práctica sea vacía gimnasia. No hay diferencia entre medios y fines, todo es simultáneo.

Crear y destruir, vida y muerte, todo se unifica, se encuentra lo uno en lo otro.